sábado, 23 de abril de 2016

V. MACBETH. WILLIAM SHAKESPEARE (I)


La obra discurre en Escocia a caballo entre la alta y baja Edad Media. El reinado de Duncan se ve amenazado por el alzamiento de Macdonald y la invasión de los noruegos. Las tropas realistas que dirigen con destreza los valientes generales Banquo y Macbeth sofocan la rebelión y destrozan al ejército invasor. Apenas terminada la batalla, se les aparecen tres brujas pronosticándoles honores: al primero, que el suyo será linaje de reyes; al segundo, a quien saludan como barón de Glamis y Cawdor, le predicen la dignidad de rey. Cuando se reúnen con los emisarios regios, Angus y Ross, y éstos confirman parte del vaticinio al saludarle como barón de Cawdor, Macbeth fantasea con el trono.

La comitiva real busca descanso en el castillo de Inverness, feudo de Macbeth, donde lady Macbeth ya está enterada por carta del designio fatídico y planea sin ambages el asesinato del rey. Pese a su inicial renuencia, Macbeth se deja arrastrar por la determinación implacable de su mujer; y de noche, tras adormilar a los guardias con vino, apuñala a Duncan. Aterrorizado por su acción huye; será su mujer quien manche con sangre a los guardias para incriminarlos. Cuando se da la voz de alarma con la noticia del regicidio y la sospecha recae sobre los guardianes, Macbeth, fingiendo un rapto de cólera justiciera, los ejecuta inmediatamente sin darles tiempo a defenderse de la acusación. Aunque los hijos del rey no están convencidos por tal versión, no se atreven a expresar su desconfianza sino que optan por huir, lo que sirve para dar pábulo a su posible responsabilidad en los hechos, y dejar la corona vacante en beneficio de Macbeth.

Como Macbeth es sabedor de que el designio de las brujas señala a Banquo como procreador de linaje de reyes, encarga a unos sicarios que lo despachen junto con su hijo. Los asesinos se abalanzan sobre la pareja, matan a Banquo pero Fleance logra escapar. Al enterarse Macbeth de que el encargo no ha sido plenamente concluido, se reincorpora desasosegado al banquete que celebran en palacio, y cae en la demencia al ver cómo el espectro de Banquo descansa en su sitial, con lo que el festín se suspende entre la preocupación de sus invitados.

Atormentado por los remordimientos y la paranoia, busca un nuevo augurio de las brujas para conjurar los peligros que se ciernen sobre él. Éstas le previenen contra el noble Macduff, le anticipan que no recibirá daño alguno de hombre nacido de mujer, y que no se verá derrotado hasta que el bosque de Birnam suba al castillo de Dunsinane. Mientras las brujas se disipan en la bruma, un mensajero le informa de que Macduff ha huido a Inglaterra. Macbeth ordena que se tome su castillo y que su familia sea pasada por las armas. Macduff se une a las fuerzas leales del derrocado Malcolm y se entrevista con él. Éste pinta un cuadro grotesco de sí mismo para concluir que es mejor que siga reinando Macbeth, lo que deja a Macduff apesadumbrado. Al ver su reacción se convence de que es leal a su causa y no un espía de Macbeth y le pone al corriente de sus planes para recobrar la corona.

Lady Macbeth enloquece y se suicida, mientras las tropas inglesas en que se apoya Malcolm atacan el castillo de Dunsinane, camuflando la fuerza de sus huestes con ramas del vecino bosque de Birnam como anticipaba la profecía. Macbeth se bate con valor en varios combates vencedores hasta que Macduff —nacido antes de tiempo; se entiende que ve la luz por cesárea, es decir, no nacido de mujer de modo natural— le derrota y mata. La victoria de Malcolm es completa; todos le vitorean como nuevo rey, mientras éste anuncia su deseo de conceder títulos nobiliarios y mercedes a sus leales.

Aunque este drama shakesperiano admite varias interpretaciones es, a mi entender, una historia sobre el libre albedrío y la responsabilidad. Antes de que las tres fatídicas le predigan el futuro, sabemos de Macbeth que es un soldado valiente y un general lúcido, lo que le granjea el favor de Duncan; pero no tenemos ningún indicio para sospechar que planee asesinar a su señor. No obstante, desde el mismo momento en que Angus y Ross, ratificando parte del augurio de las brujas, le saludan como barón de Cawdor, el acceso al trono por la vía criminal se plantea como una posibilidad que asalta su mente. Su interpretación de los vaticinios contrasta radicalmente con la mucho más escéptica de Banquo: «las fuerzas de las sombras nos dicen verdades, nos tientan con minucias, para luego engañarnos en lo grave y trascendente». [1] Frente a ese enfoque racionalista, Macbeth se ve enredado en la malla paradójica que plantea el augurio, sin saber discernir si su realización depende del desarrollo natural de los acontecimientos o de su irrupción en ellos para devenir; y pese a que intenta exorcizar sus malos pensamientos con un arrebato de nobleza: «Si el azar me quiere rey, que me corone sin mi acción», su fijación en la idea es firme como lo demuestra su parlamento atribulado, que desentona en un día de victoria y que debería ser feliz: «Sea lo que haya de ser, corren tiempo y hora en el día más cruel».

Junto a la propia naturaleza del augurio abundan en la maraña paradójica sus circunstancias. En principio el conocimiento anticipado del futuro lo extingue al confrontar a su sabedor con la decisión cerrada de inhibirse o coadyuvar. El acierto de Shakespeare consiste en introducir la revelación en unas circunstancias sociales marcadas por la ausencia de opción, cuales son las del feudalismo. En ese entorno, el destino pronosticado incorpora un elemento de modernidad, pues gracias a él, Macbeth concibe algo que para un vasallo resulta inimaginable, trascender a su clase social. Pese a integrar la nobleza, Macbeth no tiene margen para promocionar socialmente, como lo demuestra que, en el reparto de honores que siguen a la victoria de sus ejércitos, Duncan reserva la dignidad de príncipe de Cumberland para su hijo Malcolm. Tampoco la promoción económica parece muy viable: las estructuras del feudalismo no están concebidas para la creación de excedentes económicos acumulables en forma de capital sino para el autoabastecimiento, la autarquía, y para que los magros excedentes que se produzcan se acumulen en forma de guarniciones armadas que el señor del feudo tiene el deber de poner al servicio del rey cuando se le requiera para ello. Gracias a las fatídicas Macbeth concibe la posibilidad de abandonar la trocha que el feudalismo diseña para él, romper su orden social y ser otra cosa; aunque para ello, y aquí reside la paradoja, tenga que convertirse en instrumento del destino ciñéndose al plan que disponen las brujas.

De lo anterior se sigue que Macbeth es una suerte de híbrido, de héroe hegeliano anticipado a su tiempo, que ha de abandonar las seguridades de su pequeña aldea conceptual para irrumpir en el escenario de la Historia y cumplir su destino. Sin embargo, su mentalidad es claramente medieval y, a diferencia de los grandes caracteres modernos devenidos en genocidas, no puede aceptar el coste emocional de lo que hace. La disonancia que surge entre su pensamiento y su acción no admite más ajuste que la cancelación del primero y la acentuación hasta lo grotesco de su carácter de marioneta del destino. Y esto es así desde el primer crimen, donde opta por difuminar los prolegómenos con un manto de irrealidad para que la idea resulte más digerible: «¿Es un puñal lo que veo ante mí? ¿Con el mango hacia mi mano? Ven que te agarre. No te tengo y, sin embargo, sigo viéndote […] ¿O no eres más que un puñal imaginario, creación falaz de una mente enfebrecida?» Esa tentativa de extrañamiento por irrealidad de los actos propios prospera en el modo en que rehúsa dar parte a su mujer del plan para asesinar a Banquo y Fleance: «La bondad del día decae y reposa, y acechan los negros seres de las sombras. Oírme me pasma. Mas no estés inquieta: lo que el mal emprende con mal se refuerza»; porque no es ya que el cuadro sea alegórico, sino que es capaz de pintarlo escamoteando tanto su autoría que llega al punto de sorprenderse por tal distanciamiento.

Pese a que el recurso a la alteridad es efectivo en la ejecución del crimen, no lo es tanto en la represión del remordimiento que genera. Tras asesinar a Duncan, en ningún momento dejará Macbeth de verse como un criminal: «Glamis ha matado el sueño, y por eso Cawdor ya no dormirá, Macbeth ya no dormirá». El progreso de la civilización implica suavizar la violencia o cuando menos ritualizarla; pero la injusticia no se ahoga en la sangre que mana de ella sino que deja un legado de tormento. El hombre civilizado —y Macbeth lo es— no puede aceptar la violencia más que dentro del orden que la ley prefigura, dentro de una idea de justicia que es plenamente consciente de haber violado: «La sangre se derramaba ya de antiguo, antes que las leyes humanas suavizaran las costumbres; sí, y después se han perpetrado crímenes que espantan al oírlos. Hubo un tiempo en que unos sesos estrellados decían muerte y nada más; pero ahora resucitan con veinte tajos en la cabeza y nos roban el asiento. Esto es más pasmoso que un crimen semejante.»

Como todo crimen la muerte de Duncan no es una raya en el agua, sino que deja una huella indeleble que no se puede borrar y que además es germen de nuevos crímenes. Cuando Macbeth ordena el asesinato de Banquo e hijo, no sólo está atrapado en la malla profética sino en una inercia criminal que anula toda reflexión crítica, y le empuja a irrumpir en el destino revelado para conjurar aquella parte que contraría sus intereses; una mínima reflexión inicial debería haberle llevado a desechar la muerte de Duncan, ya que los hados cuyo papel actúa decretaban entonces la esterilidad de su linaje: «Si es así, he manchado mi alma por la prole de Banquo, por ellos he matado al piadoso Duncan, echando hiel en el cáliz de mi paz sólo por ellos, entregando mi joya sempiterna al espíritu infernal para hacerlos reyes». Pese a que lady Macbeth insiste en la inutilidad del remordimiento, éste es constante; la infelicidad, absoluta; el descanso, inconcebible. La acción presenta unos costes psicológicamente inasumibles. Es en el agotamiento de las fuerzas donde se repara en la condenación eterna que le aguarda, la bondad del difunto rey y se envidia su descanso eterno: «Más vale estar con los muertos, a quienes, por ganar mi paz, mandé a la paz, que yacer en este potro del espíritu en insomne frenesí».

Cuando encenagado en la violencia busca un nuevo augurio de las brujas para conjurar los peligros que se ciernen sobre él, la paradoja se retuerce como un muelle. Macbeth conoce el juicio que merecen sus acciones aunque agrava el mal causado con cada paso que da. Pero como la acción se distancia, gana en irreflexión y obediencia a su propia dinámica, le brinda un asidero candente en el que prender un postrer intento de desentenderse de sus actos: «Nada ha de estorbarme. Estoy tan adentro en un río de sangre que, si ahora me estanco, no será más fácil volver que cruzarlo. Llevo en la cabeza ideas extrañas que han de ejecutarse antes de estudiarlas.»

Cuando se refugia en Dunsinane para prevenir el ataque de los ingleses, la disolución en el irracionalismo de Macbeth es total. Discute con el médico que atiende a lady Macbeth sobre las visiones que padece. Cuando éste le recuerda los límites de la ciencia, Macbeth lo repudia desdeñoso al tiempo que le reclama un ensalmo que salve su corona tomándolo por una de las brujas: «¡La medicina a los perros! A mí no me sirve […] ¿Qué ruibarbo, poción, medicamento nos purgaría de estos ingleses? ¿Sabes de ellos?». Su ceguera tiránica, su desprecio por el buen sentido desembocan en un frenesí temerario en que no queda capacidad para ponderar el riesgo y medir las fuerzas con que arrostrarlo. La consideración ficticia de la vida contribuye al complejo de absolución al que se aferra. No parece afligirse por la muerte de su esposa porque quien pierde la vida pierde la nada, lo que viene de molde para restar importancia a sus propias acciones, que también carecen de sentido: «La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada.» Habrá que esperar hasta el final, al no poder zafarse de Macduff, cuando desengañado combata contra el augurio en el intento de recuperar la dignidad de un hombre libre: «No creamos ya más en demonios que embaucan y nos confunden con esos equívocos, que nos guardan la promesa de la palabra y nos roban la esperanza […]. Aunque el bosque de Birnam venga a Dunsinane y tú, mi adversario, no nacieras de mujer, lucharé hasta el final.»

ENLACE A LA SEGUNDA PARTE
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[1] Citas, de Macbeth (Trad. Ángel–Luis Pujante), Barcelona, Libros del Zorro Rojo, 2012.

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