Corta con su ojo de Polifemo
la noche de hormigón que lo apresa.
El traqueteo consonante
tac–tac, tac–tac, tac–tac
devora prisas, silencios,
neutrinos traspasantes
que abordan la piel y la desechan
persiguiendo su mínimo energético:
la indiferencia.
Y los escupe a medio masticar
para acometer
con prístina voracidad
el siguiente bocado.
A la superficie,
en un mundo de distancia
que cabalga a lomos
de sus galerías,
sólo llega el terror dulzón
de esa digestión enrejada,
en una vaharada
de marilynes sorprendidas
y encantadores
de serpientes de papel.
No es su flauta
la que paga el rescate
de ese universo maquinal
y adormecido;
es un codazo para ganar una puerta;
es un disparo enlatado:
«Próxima estación, Gran Vía»
la noche de hormigón que lo apresa.
El traqueteo consonante
tac–tac, tac–tac, tac–tac
devora prisas, silencios,
neutrinos traspasantes
que abordan la piel y la desechan
persiguiendo su mínimo energético:
la indiferencia.
Y los escupe a medio masticar
para acometer
con prístina voracidad
el siguiente bocado.
A la superficie,
en un mundo de distancia
que cabalga a lomos
de sus galerías,
sólo llega el terror dulzón
de esa digestión enrejada,
en una vaharada
de marilynes sorprendidas
y encantadores
de serpientes de papel.
No es su flauta
la que paga el rescate
de ese universo maquinal
y adormecido;
es un codazo para ganar una puerta;
es un disparo enlatado:
«Próxima estación, Gran Vía»
Goal.
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