Supongo que, quien más quien menos, todo el mundo cuenta con su refugio; ese lugar que brinda calor, invita al pulso a aquietarse y recarga el espíritu de energía. No necesita comodidades especiales para su desplegar función reparadora, ni para su reclamo, verse aplastado por el peso de las tribulaciones. Basta un pequeño remanso en el quehacer cotidiano para acercarse a ver si todo sigue en orden, y reconfortarse al comprobar que es así, que allí sigue en pie para cuando se le requiera con mayor motivo.
Uno de los libros que para mí cumple con esa misión a mitad de camino entre el faro y la custodia es sin duda La isla del tesoro. No recuerdo ya con exactitud cuántas veces he descubierto el mapa en el fondo del baúl de Billy Bones, cuántos paseos he dado por el puerto de Bristol mientras pertrechaban la Hispaniola, cuántas veces me he acurrucado con Jim en el barril de manzanas, cuántas saltos me han llevado al bote de los bucaneros, cuántos disparos he dado defendiendo y atacando el fuerte, cuántos pellizcos de Ben Gunn he padecido y cuántas veces ha martilleado mis oídos la muletilla estridente del Capitán Flint, “¡Doblones de a ocho! ¡Doblones de a ocho!”. Sean las que sean, han sido tantas, que me resulta inconcebible que alguien de cierta edad no sepa de qué va este libro, bien por haberlo leído, bien por haber visto alguna de sus muchas adaptaciones cinematográficas. No obstante, por si queda algún despistado que haya preferido dedicar su tiempo a Cincuenta sombras de Grey, Millenium o a alguno de sus subproductos, intentaremos un resumen.
La acción arranca en la posada del Almirante Benbow. A ella llega un viejo marinero que, a la vista de su localización un tanto aislada de los pueblos y dueña de amplias vistas al mar, decide hospedarse. Todos los días sale con su catalejo a pasear por los acantilados y encarga al hijo del hospedero, Jim, que le avise por si ve a algún marinero con una sola pierna.
Un buen día llega un forastero preguntando por el huésped; cuando logra verse ante él, se desencadena una fuerte discusión en que le reclama una cuenta pendiente. Al verse descubierto y postrado por la enfermedad, confiesa a Jim su vida pasada de piratería y crimen bajo las órdenes del Capitán Flint, previniéndole contra sus antiguos compañeros de fechorías. Uno de ellos, el ciego Pew, se presenta al día siguiente para entregarle un papel con una mota negra. Fruto de la excitación, el viejo marinero sufre un ataque de apoplejía y muere.
Jim y su madre registran el baúl del muerto para buscar dinero con que cobrarse lo que se les adeuda y encuentran un hatillo con papeles. Huyen de la posada al tiempo que el ciego y sus compinches llegan. Cuando éstos comprueban que el baúl está vacío, salen en su caza y a punto están de alcanzarlos cuando la guardia los pone en fuga.
Jim acude la mansión del caballero Trelawney, relata lo ocurrido y entrega el paquete al doctor Livesey. Lo estudian y llegan a la conclusión de que los pergaminos contienen la contabilidad del Capitán Flint, y el mapa, las instrucciones para encontrar su tesoro. Emocionado por el hallazgo, el caballero Trelawney decide costear una expedición para recuperarlo, y marcha a Bristol para iniciar los preparativos.
Jim se une a la expedición en Bristol. Recibe el encargo de dar un recado a un viejo marinero que regenta una taberna en el puerto, John Silver el largo, en quien el caballero Trelawney ha delegado el reclutamiento de la tripulación. Al entrar en la taberna, reconoce entre los parroquianos al forastero que había discutido con su huésped y da la voz, pero en el simulacro de persecución que se organiza, no logran detenerlo. Y todo ello, sin que Jim asocie la presencia en la taberna de Perro Negro —que así se llama el rufián—, su huida y que Silver tuviera una sola pierna.
Antes de hacerse a la mar, el capitán del barco protesta ante el caballero Trelawney por el modo en que se ha reclutado la tripulación y el exceso de información de que disponen los marineros, aconsejándole que se tomen medidas cautelares con urgencia.
La Hispaniola se hace a la mar, los marineros trabajan con afán y todo marcha según lo previsto, hasta que una noche Jim va al tonel de manzanas a surtirse, y como quedan pocas, tiene que meterse dentro. Desde allí escucha cómo los marineros, encabezados por Silver, planean un motín. Aprovechando el revuelo que se organiza con el avistamiento de tierra, Jim sale de su escondite y da el queo a los oficiales, que preparan un plan defensivo.
A la vista del ambiente levantisco, se permite a los marineros una tarde libre en la playa. Cuando los botes están a punto de zarpar, Jim salta a uno de ellos, y en cuanto toma tierra, huye de la compañía de los marineros. Oculto entre el follaje, ve cómo Silver asesina a uno de sus compañeros que no quiere sumarse al motín, mientras desde otro rincón de la isla, llegan los gritos de otros leales que siguen la misma suerte.
Jim huye de la escena del crimen y en su deambular por la isla encuentra a un hombre harapiento, Ben Gunn, antiguo miembro de la tripulación del Capitán Flint, a quien sus compañeros de andanzas habían castigado abandonándolo a su suerte en la isla. Jim le promete pasaje y parte del tesoro a cambio de su ayuda, y Ben Gunn le indica el escondite de un pequeño bote que había construido.
Mientras Jim vagaba por la isla, sus compañeros abandonan la goleta para refugiarse en un pequeño fortín que habían encontrado el doctor Livesey y Hunter. Y desde él, consiguen repeler el primer asalto de los amotinados. Cuando Jim ve izada la Union Jack, se acerca para comprobar quién está en el fortín y se reúne con sus amigos.
Tras las primeras escaramuzas, Silver pide una tregua para proponer un pacto: a cambio del mapa, promete respetar sus vidas. El Capitán Smollett es inflexible: deben entregarse y asumir sus responsabilidades. A la vista de que no hay acuerdo posible, los piratas atacan de nuevo y son nuevamente rechazados, aunque las bajas entre los defensores son notables. El Capitán Smollett está gravemente herido y Hunter y Joyce, muertos. Evaluada la situación, el doctor Livesey se arma y abandona la empalizada.
Jim se escapa sin dar cuenta a nadie de sus planes; toma el bote de Ben Gunn y tras muchos esfuerzos, alcanza la Hispaniola que vaga a la deriva porque los dos bucaneros a su cargo están borrachos y se han enzarzado en una pelea mortal. Jim reduce a Israel Hands, debilitado por la pelea y la resaca, y con su ayuda consigue varar el barco en un bajío seguro. Recobrado algo de su ánimo, Hands ataca a Jim, que trepa al palo de mesana mientras le persigue su enemigo, y logra recargar las pistolas para abatir al pirata en su embestida final. Recuperada la goleta para su causa, Jim regresa al fortín, pero sus ocupantes han cambiado y cae prisionero de los amotinados.
La mayoría de los piratas quiere asesinar a Jim; sin embargo, Silver, que ejerce de capitán, los frena para conservar la baza de un rehén. Esto solivianta a los piratas, que se reúnen en consejo con intención de destituir a Silver, pero éste logra cambiar las tornas enseñando el mapa del tesoro.
El doctor Livesey llega a la empalizada para atender a los piratas enfermos, y se encuentra con que Jim está prisionero. Tiene una charla con él, bajo palabra a Silver de que el chico no intentará la huida. Jim le cuenta su aventura en la Hispaniola y le indica la ubicación del barco. Silver, dándose cuenta de que su plan se ha desbaratado, llega a un acuerdo con Livesey: intentará salvar la vida del muchacho, si llegado el momento, el doctor intercede por él ante las autoridades.
Con Jim atado a un cabo que sujeta Silver, los bucaneros se ponen en marcha en pos del tesoro. Siguen las macabras claves de Silver, pero cuando llegan al punto señalado, sólo encuentran un hoyo con restos de tablas y dos miserables guineas. La frustración encoleriza a los piratas, que dirigen su rabia contra Jim y Silver. Sin embargo, éste es más decidido, dispara primero y mata a Merry, al tiempo que desde el soto próximo, se oyen tiros de mosquete que alcanzan a otro amotinado. Este golpe de efecto asusta a los tres restantes que huyen despavoridos.
Ya reunidos y en calma, se ponen al corriente de lo ocurrido. Cuando el doctor Livesey abandonó el fortín, lo hizo confiando toparse con Ben Gunn, como así fue. Éste le contó el hallazgo del tesoro y su nuevo paradero; de modo que indica a sus compañeros que la mejor opción pasa por abandonar el fortín y parapetarse en el refugio de Ben Gunn. Por eso, cuando Jim regresa cae en manos de sus enemigos, y por eso Silver tiene el mapa: Livesey se lo da para tenerlos distraídos.
Los leales recuperan la Hispaniola de su varamiento, y entre los aptos para el trabajo, cargan el tesoro en el barco y lo avituallan lo mejor que pueden. Dejan en la isla algunos víveres, pólvora, balas y otros útiles para pertrechar a los tres amotinados que dejan en la isla a su suerte. Ponen rumbo al puerto más próximo, donde Silver se escapa con una pequeña parte del botín, que consigue robar rompiendo un mamparo. Contratan algunos marineros para completar la tripulación y regresan a Inglaterra, donde reparten el tesoro.
Estamos ante una novela de aventuras de trama nada sofisticada y personajes claramente definidos desde el orden moral. El conflicto entre bien y mal es marcado, con muy pocos personajes de transición pisando terreno lábil, y con un enfoque conservador: los buenos compilan virtudes y los malos, villanías. Pero más allá de eso, la antítesis que plantean es fallida desde los cimientos, lo que lleva al reforzamiento del orden dado.
CAPITÁN SMOLETT
No es de extrañar que, tratándose de un país que cimentó su auge en el dominio incontestable de los mares, el autor reserve la más alta consideración para un capitán de navío. Hombre de ciencia náutica, conocedor de su oficio, los propios bucaneros reconocen de él que se trata de un brillante marinero y que ellos no podrían llevar la nave a buen puerto. Su rectitud en el cumplimiento del deber es inflexible: recrimina al señor Arrow, segundo de a bordo, el exceso de compadreo que muestra con la marinería.
Su primera aparición ya apunta nobleza: protesta ante el armador por la forma en que se ha llevado a cabo el enrolamiento de la tripulación y por el exceso de información de que disponen los marineros. Y en el desarrollo de la acción siempre se muestra analítico y diligente: las órdenes sacan el máximo partido de sus recursos y hombres, aunque sea a costa de su protagonismo: en la defensa del fuerte cede los puestos de disparo a los hombres con más destreza y puntería, relegándose junto a Jim a la posición subalterna de recargar las armas.
Destaca su elemento institucional. Se sabe autoridad, pero no la concibe fuera del orden que la erige y da sentido: en cuanto llegan al fuerte, ordena izar la bandera, aun sabiendo que despuntará sobre el acantilado y que los piratas del barco podrán cañonearles apuntando a ella. Cuando Silver se acerca a parlamentar, rechaza el pacto que le propone sin más contraoferta que la de garantizarles grilletes y un juicio justo.
Es ese aspecto institucional y el orden que de él dimana el que explica su apego al trabajo en equipo y respeto a las órdenes. Por eso afea a Jim sus aventuras en solitario, aun cuando reconoce que han contribuido al éxito de final de la empresa.
DOCTOR LIVESEY
El segundo pilar del orden institucional lo representa otro hombre de ciencia. Paradigma del caballero británico, da muestras de su valentía desde el principio del libro. Cuando Billy Bones amilana a todos los parroquianos del Almirante Benbow, él es el único que le planta cara, aunque lo hace desde una posición de preeminencia al valerse de su condición de magistrado. No obstante ello, demuestra hombría de bien y no buscará su humillación ni venganza personal; de ahí que cuando la salud del hampón haga crisis al verse descubierto por sus compinches, lo atienda sin reservas.
Antepone los deberes de su condición de médico a su seguridad personal; así se expone a ser apresado o muerto, cuando atiende a los bucaneros enfermos en la empalizada; y al partir de la isla dejando tras de ellos a tres amotinados, confiesa que, de saberlos delirando, se arriesgaría para asistirlos.
Se presenta siempre como hombre de palabra: concierta un acuerdo con Silver para no proceder contra él si logra la salvación de Jim, y convence al caballero Trelawney para cumplirlo en contra de su parecer.
CABALLERO TRELAWNEY
Es un miembro de la nobleza; en el principio de la obra se da a entender que vive de los derechos de señorío que le brindan sus tierras. Es evidente que ello no le lleva a caer en el papel de noble decadente sin mayor interés que el cobro de rentas y fielatos, porque tiene el suficiente empuje como para arriesgar patrimonio y salud en una expedición aventurera. Sin embargo, a diferencia de los anteriores, apunta rasgos negativos de carácter: es un indiscreto que pone la expedición en peligro al reclutar la tripulación yéndose de la boca y exhibe exceso de orgullo cuando el capitán se lo afea.
No obstante, cuando la expedición hace crisis con el amotinamiento, es disciplinado y cumple sin reservas con las órdenes que recibe del Capitán Smollett, sobre todo en su función de fusilero. Como corresponde a un noble, es el mejor tirador del grupo, bien por ocupación militar, bien por ociosidad de montería.
Hombre de honor, sabe estar a la palabra dada, incluso por terceros. Respeta el acuerdo entre el doctor Livesey y Silver, aunque significa violar lo que para él es su deber: cargarlo de grilletes con rumbo a las horcas del muelle de las ejecuciones en Londres
PIRATAS
Compendian y quintaesencian todos los vicios, disipan todas las virtudes; son borrachos, pendencieros, inconstantes, temerarios y cobardes a un tiempo. Su indisciplina les hace incapaces de trazar un plan y ceñirse a él. En lugar de aguardar al viaje de vuelta con el tesoro en la bodega para amotinarse, lo hacen a las primeras de cambio. Dan un golpe fallido, terminan acampados en una ensenada pantanosa y se infectan de malaria. Despilfarran sus recursos: estando en la empalizada a punto de partir en busca del tesoro, preparan un fuego enorme en que cocinan el doble de comida de la que necesitan y tiran el exceso al fuego entre risas.
La debilidad de carácter se deja sentir en su naturaleza supersticiosa y en la alternancia súbita de estados de ánimo: cuando entregan la mota negra a Silver, éste los amilana rápidamente con el mal agüero de que hayan garabateado la mota en una página arrancada de la Biblia, lo que se traducirá para todos en desgracia. Parten en pos del tesoro en medio de la euforia más absoluta, y caen en el terror infantil cuando escuchan la voz entre los árboles con que Ben Gunn imita al Capitán Flint.
Su orden jerárquico es precario. El puesto de capitán se designa por votación, pero descansa sobre una voluntad caprichosa, mudable al menor revés: entregan a Silver la mota negra para destituirlo, y se desdicen ante la sola exhibición del mapa del tesoro, sin preguntarle desde cuándo lo tiene ni por qué lo ha ocultado.
Su unión es epidérmica e infectada por la mutua desconfianza. Tienen un interés común, pero no fragua en una conducta solidaria sino que caen rápido en acciones disolventes. Y esta tendencia se agudiza por su alineación alcohólica: el Capitán Flint asesina a los piratas que lo acompañan a enterrar el tesoro, y los incorpora como claves macabras para interpretar el mapa; Billy Bones se hace con el mapa y se lo escamotea a sus compinches, y todo para llevar una vida miserable de huida y miedo en lugar de compartirlo con ellos y disfrutarlo juntos; Israel Hands y O’Brien se pelean hasta la muerte empapados en ron y pierden el control de la Hispaniola a manos de un niño. Y así sucesivamente.
LONG JOHN SILVER
Su superior inteligencia refina su maldad y hace que aventaje al resto de los piratas. No es por su moralidad por lo que merezca un análisis separado: miente cuando dice no conocer a Perro Negro, urde el motín, mata a Tom cuando éste rechaza unirse a él; y cuando lleva atado a Jim de un cabo en pos del tesoro, éste percibe su odio asesino; el muchacho sabe que de verse con el oro en sus manos, es hombre muerto.
Lo que le hace distinto es su ideología, su cosmovisión claramente burguesa. Mientras el resto de sus compinches llevan una vida a salto de mata intentando dar con Billy Bones, él es un comerciante: regenta una taberna en Bristol, que dejará al cargo de su mujer. En la carta que el caballero Trelawney escribe a Livesey dándole cuenta de los preparativos, dice saber de buena fuente que Silver es hombre de recursos, que nunca ha estado en descubierto; es decir, tiene una vida organizada dentro de la sociedad, y sólo la abandona ante la perspectiva cierta de mejorar de fortuna.
Su cinismo le hace buscar legitimidad dentro de las categorías del sistema: cuando pide tregua para parlamentar, se presenta como Capitán Silver, lo que provoca la reacción burlona del Capitán Smollett por tan rápido ascenso en el escalafón. Él justifica su condición alegando que el abandono del barco por parte de la oficialidad implica un vacío de poder por deserción.
Donde las autoridades ven crimen y depravación, él ve un camino alternativo para la promoción social: continuamente se refiere a los bucaneros como “caballeros de fortuna”, cimentando una suerte de carrera de méritos a contrapelo, que puede subsanarse si en el momento oportuno se actúa con inteligencia: cuando Jim se entera del complot metido en el barril de manzanas, Silver está dando consejos a un joven que se siente fascinado por la vida bucanera. Le cuenta lo que ha ganado bajo las órdenes de England y Flint y cómo lo tiene ahorrado en bancos e invertido con prudencia. A diferencia de la mayoría de piratas, que lo despilfarran en ron y mujeres viéndose reducidos a la mendicidad en muy poco tiempo, Silver persigue un objetivo vital radicalmente distinto, la respetabilidad.
JIM HAWKINS
Es un personaje joven para quien la aventura tiene un componente iniciático. Su origen social no parece predisponerle a hacer grandes cosas; es hijo de un hospedero cuyo negocio no vive momentos de esplendor. Y reconoce en su relato capacidad para obrar mal a sabiendas: cuando va a la posada a recoger el petate y despedirse de su madre, ve al chico que va a ocupar su lugar asistiendo a su madre, y en lugar de enseñarle cómo se hace el trabajo, prefiere escarnecerle por su falta de saber.
Tampoco cuenta en su haber con la virtud de la disciplina: abandona dos veces a sus compañeros en situación apurada. Bien es cierto que con idea de ayudarles, pero desarrollando planes inmaduros y descoordinados del grupo principal.
Sin embargo, sus experiencias van ennobleciéndolo. Cuando cae en manos de los piratas y recibe el ultimátum de unirse al motín, confiesa cómo los planes de éstos se han frustrado por su causa, cómo se enteró del complot y cómo les ha birlado la nave; y ello aun sabiendo que su confesión lo condena a muerte. Y cuando el doctor Livesey le insta a romper su palabra, saltar la empalizada y huir de sus captores, éste lo rechaza.
En el final de la obra se apunta en él el aburguesamiento subyacente. Sabe que en la isla todavía aguarda parte del tesoro de Flint; pero por lo que a él respecta, está bien allí: su vida aventurera ha concluido. Puede colegirse de ello que en Jim sí prendieron los consejos de Silver.
OTROS PERSONAJES
Reflejan en su medida la moral victoriana. Los aldeanos a quienes Jim y su madre piden ayuda son cobardes; el propio padre de Jim lo es. Combina codicia y cobardía: Bones contrata su habitación por un periodo indeterminado de tiempo arrojando unas monedas de oro y diciéndole que le avise cuando se hayan gastado; sin embargo, consumido el crédito, le falta valor para reclamar su derecho.
Ben Gunn es un personaje débil. Sólo en la situación extrema de su abandono consigue superar la inmoralidad rufianesca de los piratas: cuenta a Jim cómo llegó a la vida de pirata por no seguir los consejos de su madre, cambiando la devoción religiosa por la del ron. Pero en el momento que se reintegra a la civilización, recae en sus vicios: en el reparto del tesoro, le tocan mil libras que malgasta en apenas tres semanas, para terminar mendigando a la cuarta.
Vemos repetido ese esquema que va de la nobleza y fortaleza de espíritu al éxito y reconocimiento social pasando por el esfuerzo y rectitud de obra. Los piratas son malos, obran mal y terminan mal. Los nobles obran bien y se ven premiados por ello. Pero dejando al margen su ligero maniqueísmo, La isla del tesoro bulle de literatura de raza por los cuatro costados y nos zambulle en ese mundo ya desaparecido de mares ignotos que todos conservamos en algún lugar de nuestras entrañas, porque ¿quién no ha soñado alguna vez con ceñirse al viento sin más pabellón que dos tibias y una calavera? Obra maestra.
——————————
[1]
Ilustraciones, de
www.robert-louis-stevenson.org.
No hay comentarios:
Publicar un comentario