domingo, 8 de octubre de 2017

XLVI. VIENTO DE CEDRO

Para Carolina

Cómo encajarme en ti
con el laconismo torpe
que predica el diccionario;
cómo uncirme a ese yugo,
a esa voluntad aséptica,
con que traban sus carnes
el verbo querer o amar.

Qué inane acepción comprenderá
el tajo que siega los hilos ciegos
que manejaban mi anterior vida,
el nudo de esperanza que los ata
al gobierno de tus dedos
y la renuncia irrevocable
a la libertad estéril de la veleta.

Qué erudito dique contendrá
ese hontanar de gratitud
que mana en mis entrañas
y barre la arena de mis venas;
qué palabra podrá apresar la flecha
engarzada en el arco de tus cejas,
su vuelo que con cada parpadeo
alumbra un mundo más luminoso,
con otro yo, mejor, que me suplanta.

Es inútil decir que te quiero,
cuando me encallo en el arrecife
que defiende tu lengua
y hundo en tu saliva mi sed de náufrago.

De nada vale decir que te amo,
cuando en lapso lúcido de loco,
renocozco la demencia
y ruego que me cargues de cadenas.

Se vacían las palabras cuando asumo,
tras el verdor voltaico de tus ojos,
un adiós asesino que me acecha
y derogará todas las voces con tu nombre.

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