domingo, 25 de septiembre de 2016

XXVI. VIENTO DE CEDRO

Cada puntal, driza y mamparo
con que el caballo de Troya armó
sus huesos, tendones y pellejo
condenaba el tiempo del héroe.

Quedaba resbalar por la pendiente,
abismarse en la gesta cotidiana
de rendir cuerpo y sudor
a la molienda de los días.

Hoy sabemos que encontró
la ocasión de bajar la guardia,
asestar esa certeza contra el misterio
y confiar su talón al pulso del arquero.

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