lunes, 13 de abril de 2015

I. INTERSTELLAR

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AÑO: 2014.
DIRECCIÓN: CHRISTOPHER NOLAN.
GUIÓN: JONATHAN NOLAN, CHRISTOPHER NOLAN.
REPARTO: MATTHEW McCONAUGHEY, ANNE HATHAWAY, JESSICA CHASTAIN, MACKENZIE FOY, MATT DAMON, MICHAEL CAINE.

Las películas de ciencia ficción siempre fuerzan la credulidad del espectador; con ello ya se cuenta. Si el ánimo del día es quisquilloso, mejor ahorrarse el precio de la entrada. Por el contrario, suelen ser fuente fecunda de acción, tensión, imágenes espectaculares, que en simbiosis con una buena banda sonora pueden aferrarse a la memoria de por vida. Si hoy traigo Interstellar a estas líneas no es porque defraude estas expectativas, sino porque me resulta, simple y llanamente, incomprensible.

Defiendo que el creador de ficciones sea libre para parir mundos desconectados e incluso contrarios a toda experiencia sensible. Otra cosa es que ello implique la erección de una lógica paralela, y mucho menos, que ésta se suministre al receptor sin la oportuna clave de señales. Pongo un ejemplo. No tengo inconveniente en aceptar que, en el universo planteado por el autor, los hombres se casen con percebes, y que puedan despertar al vecindario cantando su apasionado romance; siempre y cuando, en la siguiente escena, no cojan al percebe de sus amores y lo echen a la cazuela. Pues bien, Interstellar es un canto continuo a la uxorifagia.

La acción arranca en un mundo próximo al colapso económico. Da a entenderse que el nivel de vida sufre una regresión grave más por agotamiento ecológico que por incapacidad tecnológica. Hay máquinas, coches, ordenadores portátiles; y, aunque no están bien considerados por la población, nos enteraremos más tarde de que los hombres todavía son capaces de proyectar ambiciosas misiones espaciales. Frente a esto, los campos se vuelven áridos, se ven azotados por colosales tormentas de arena, y las especies vegetales con aprovechamiento agrícola disminuyen drásticamente. Resumiendo, escasea más el alimento de los humanos que el de sus máquinas. Sin embargo, en la primera escena de acción, Cooper (Matthew McConaughey) persigue en coche a un avión no tripulado por en medio de un sembrado de maíz, con la idea de interceptar su frecuencia, hacerlo aterrizar y reciclar su célula energética. Es decir, pone en peligro la vida de sus hijos, a quienes nos dice una y otra vez, hasta el límite del cansancio, que ama por encima de todas las cosas; pisotea el alimento que necesitan imperiosamente, y todo ello para alimentar trastos tecnológicos que no parecen andar muy mal de salud.

Tras terminar su episodio de reciclaje de riesgo, visita a los maestros de sus hijos. Éstos le dicen que su hijo será un buen granjero. Cooper interpreta la noticia en el sentido de que los profesores están limitando las posibilidades educativas de su hijo, cerrándole el camino de la universidad. Los profesores le señalan que sus calificaciones no son suficientemente buenas, y le encarecen la función social del agricultor: en el mundo del presente son mucho más importantes los granjeros que los ingenieros. Sin embargo, no se ve en toda la puñetera película a un solo granjero faenando entre las mazorcas. Los campos son trabajados por un ejército de máquinas trilladoras, recolectoras, empacadoras, que para más inri, funcionan solas. ¿Para qué cojones necesitas tantos granjeros cuando todas las labores agrícolas están mecanizadas?

De vuelta a casa, su hija pequeña, Murphy, le comenta que en su habitación hay un fantasma. De continuo, los libros de la estantería aparecen tirados por el suelo cuando ella está segura de haberlos dejado en su sitio, y el polvo cae adoptando formas geométricas regulares sobre el suelo. Pese a su escepticismo inicial, Cooper y Murphy descifran las manchas de polvo aplicando el código Morse para lograr unas coordenadas espaciales. Fijan las coordenadas sobre el mapa y se dirigen al lugar señalado. Cuando llegan a él, son detenidos e interrogados sobre cómo han descubierto el paradero del lugar. Relajada la hostilidad inicial, se les informa de que las instalaciones corresponden a la NASA, que mantiene los programas espaciales en secreto porque no son populares entre la ciudadanía. Según sus estudios, el agotamiento de la Tierra es irreversible y la solución pasa por encontrar otro planeta habitable para trasladar a la población presente, o de ser inviable esto, para colonizarlo con embriones criogenizados que se desarrollaran in situ. La viabilidad dependerá del éxito o fracaso en el desarrollo de unas complejas ecuaciones gravitacionales en que el profesor Brand (Michael Caine) lleva años trabajando. Los estudios de campo sobre la habitabilidad de otros planetas ya se han iniciado, merced al trabajo de un grupo de pioneros que, filtrándose por un agujero de gusano próximo a Saturno, envían información sobre trece planetas potenciales. La misión en que están embarcados consiste en visitar los destinos que se suponen más prometedores, confirmar la información y volver a la Tierra para preparar el traslado. Y para esta misión cuentan con Cooper en atención a su experiencia como astronauta, pues los tripulantes de que disponen no tienen más bagaje que el obtenido con simuladores. O sea, que tienen una misión en que se han gastado una pila de pasta indecente, que es absolutamente trascendental para la supervivencia de ¿los pingüinos emperador? ¿El alimoche ibérico? No, el ser humano, el homo sapiens. Y los fenómenos no se han puesto en contacto con el tripulante en que confían, sino que éste aparece por allí porque ha leído unas manchas de polvo, y que cuando aparece, en lugar de ponerle la alfombra roja, le ofrecen de hostias: ¿Quién pollas eres y cómo te has enterado de que estamos aquí? En fin, que nos comemos otro percebe.

Resuelto el conflicto moral de abandonar a su familia para intentar salvarla salvando a la humanidad, Cooper se suma al proyecto pese a la oposición de su hija Murphy, que intenta detenerlo diciéndole que el fantasma de los libros le ha pedido que se quede: Stay. Cooper hace caso omiso, se sube a la nave con sus compañeros, se cuela por el agujero de gusano y reaparece en las proximidades del agujero negro Gargantúa, cuyo campo gravitatorio es tan intenso que provoca una dilatación drástica del tiempo. Apremiados por ese hecho, visitan el primer planeta. Amaran en un bajío, agua por todas partes y montañas enormes en el horizonte. La cápsula y todo el material del científico pionero están rotos. Caen en la cuenta de que las montañas del horizonte no son tales, sino unas olas del tamaño de un rascacielos. En lugar de subirse inmediatamente a la nave, la profesora Amelia Brand (Anne Hathaway) decide arriesgarse para recuperar la «caja negra» del equipo roto. Esta demora termina siendo fatal para el geógrafo del equipo, Doyle (Wes Bentley), que es engullido por la ola. O sea, que estás en una misión interplanetaria del copón, que te has currado no sé cuántos doctorados en física, y no eres capaz de entender cómo funciona el par dialéctico tsunami–habitabilidad. Pues mira es muy sencillo: donde hay tsunamis no se puede vivir. Punto. No necesitas conocer el grado de salinidad del agua, ni su ph, ni nada. Coges, te piras y ya está. Misión cumplida.

Abandonan el planeta, vuelven al módulo base y han pasado veinte años. No sólo respecto de la Tierra, no. Veinte años respecto del módulo base, donde su compañero Romilly (David Gyasi) se ha pegado una panzada de aburrimiento y pajas importante. Que yo sepa, tanto el planeta como el módulo están sometidos al campo del mismo agujero negro. Por qué se ralentiza el tiempo para unos y no para otro es un misterio. Discuten sobre su nuevo destino. Amelia Brand quiere visitar el planeta al que se destinó su novio, mientras que Cooper opta por el planeta del pionero líder, Mann (Matt Damon). Cooper argumenta que Brand sufre un conflicto de intereses y que los informes de Mann son mejores. Votan y vence la posición de Cooper. Van al planeta, sacan de la hibernación a Mann; pero descubren que éste ha falseado todos los informes con el único objetivo de que alguna misión posterior visitara el planeta fiándose de ellos y le rescatase. Mann, al verse descubierto, intenta deshacerse de ellos. Toma una nave lanzadera llega al módulo, pero no logra un acoplamiento correcto, provoca un accidente por despresurización y muere. En medio del caos, Brand y Cooper —Romilly muere en una explosión al manipular el equipo de Mann— logran el acoplamiento entre la otra lanzadera y los restos del módulo base para dirigirse al planeta del novio de Amelia. El agujero negro les atrae, y en el último momento, Cooper desacopla su lanzadera del módulo para que Brand tenga más aceleración y pueda tener alguna posibilidad de escapar del agujero. Cooper cae en el agujero y aparece en una dimensión paralela, desde la que tiene acceso a todo el espacio–tiempo, o mejor dicho, a las infinitas posibilidades de un mismo momento antes y después de que ocurra. Concretamente aparece en una dimensión paralela al dormitorio de su hija Murphy, es decir, él es el fantasma. Él es quien empuja los libros, quien filtra el polvo y quien grita desesperado desde el metamundo, cuando ve que su otro yo va a dejar a su hija para jugar a los superhéroes por el espacio, e intenta auto–retenerse: Stay. O sea, que estás en una dimensión paralela desde la que puedes deshacer el futuro configurando un pasado distinto, que la has pifiado yéndote de excursión y dejando a tu familia, que te has arrepentido de ello; y todo lo que se te ocurre es desquiciar a tu hija con un mensaje encriptado dirigido a ti mismo para que te quedes, cuando desplazándote tres semanas antes en el espacio–tiempo que tienes al alcance de la mano y dejando de enredar con el polvo de los cojones podrías haber evitado, porque no sabrías nada de la NASA ni de sus misiones ni de nada de nada. Genial.

Al final, desde la dimensión paralela, logra transferir a un reloj de pulsera la solución a las ecuaciones de campo en que el profesor Brand había fracasado. La humanidad se salva construyendo gigantescas estaciones espaciales. Y Cooper aparece flotando en las proximidades del agujero de gusano de Saturno. Su hija es una mujer octogenaria que, después de una vida de prestigio y reconocimiento científico, está en el hospital rodeada de su familia aguardando su viaje final; y le hace ver que su destino ya no está con ella sino con Amelia Brand, con su epopeya y su esfuerzo. Y así termina. Con Cooper cogiendo una nave para adentrarse por segunda vez en el agujero de gusano.

Insisto. Mi perplejidad no nace de la inconsistencia experimental: me da igual que un agujero negro te acelere, te convierta en un haz de rayos gamma, te aplaste como una nuez o te pasaporte al Valhala, rodeado de mocetones escandinavos en tanga. Me da igual que el proyecto de la NASA pase por sacar a la humanidad de la Tierra en esporas, en matraces o poniéndole turbo al arca de Noé. Mi perplejidad nace de lo que interpreto como un intento sistemático de forzar una lógica a contrapelo y presentarla como natural. En el empeño no son los actores quienes fallan, que sin alardes están todos aseados; aunque el doblaje en susurros a Matthew McConaughey durante buena parte de la película llega a cansar. Falla el planteamiento. Por lo demás, banda sonora buena, fotografía espectacular, es decir, un forro.
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[1] Cartel promocional, de www.filmaffinity.com.

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