domingo, 27 de mayo de 2018

IX. EL CASO SLOANE

[1]

TÍTULO ORIGINAL: MISS SLOANE.
AÑO: 2016.
DIRECCIÓN: JOHN MADDEN.
GUIÓN: JONATHAN PERERA.
REPARTO: JESSICA CHASTAIN, MARK STRONG, GUGU MBATHA–RAW, ALISON PILL, MICHAEL STUHLBARG, JAKE LACY, SAM WATERSON, JOHN LITHGOW, DAVID WILSON BARNES, RAOUL BHANEJA, CHUCK SHAMATA, DOUGLAS SMITH, MEGHANN FAHY, GRACE LYNN KUNG, ALI MUKADDAM, NOAH ROBBINS, LUCY OWEN, SERGIO DI ZIO, JOE PINGUE, MICHAEL CRAM, DYLAN BAKER, ZACH SMADU, ALEXANDRA CASTILLO, JACK MURRAY, CHRISTINE BARANSKI, AARON HALE, GRETA ONIEOGOU, CRAIG ELDRIDGE, KEVIN JUBINVILLE.

La película discurre en el Washington D.C. del presente. Elisabeth Sloane (Jessica Chastain) es una directora de campañas de lobby a quien se le encarga la representación de la industria armamentística; su objetivo es tumbar el Proyecto de Ley Heaton–Harris, que dispone la verificación de antecedentes penales y de salud mental de los potenciales compradores de armas de fuego. En contra de lo que esperaban sus jefes, que la consideran una firme defensora del libre comercio, Sloane pone pegas a la misión que se le encomienda; éstas llegan rápidamente a oídos de la competencia y el jefe de la agencia que se encarga de defender el proyecto de ley, Rodolfo Schmidt (Mark Strong), logra convencerla para que cambie de bando. A pesar de que el lobby de las armas está mucho mejor financiado, la determinación de Sloane se contagia a su equipo —salvando la dudosa moralidad de sus métodos— y la aprobación de la ley empieza a parecer posible; esto hará que los rivales dirijan contra ella sus ataques como forma para desacreditar su posición. Cuando sus pesquisas logran desempolvar una irregularidad administrativa que pueden imputarle, moverán pieza para abrir una comisión parlamentaria y arrastrarla por el fango.


Los tres grandes temas que plantea la película son el funcionamiento real de las instituciones representativas, cuáles son los medios legítimos para la consecución de un fin por muy loable que sea y cuáles los costes personales que se asumen. En el primer punto la narración es bastante descriptiva; lo ontológico desplaza a lo deontológico, iluminando ese mundo subterráneo que queda bajo el manto de la retórica, en el que se cuecen las decisiones políticas.

Como es común en todas las democracias representativas —para indignación de quienes han hecho de la indignación su estado natural— el procedimiento legislativo no es puro, es decir, no basta con la mayoría simple para la aprobación de todas las normas. En el caso que nos ocupa, el Proyecto de Ley Heaton–Harris afecta a un derecho constitucional consagrado por la Segunda Enmienda, cual es el de poseer y portar armas, y por tanto requiere que se apruebe en el Senado —que es donde la película plantea la batalla, sin que consten datos sobre el Congreso— por una mayoría cualificada: los partidarios necesitan sesenta votos a favor de cien posibles, mientras que los contrarios pueden conseguir una minoría obstruccionista con tan sólo cuarenta y uno de cien. [2] Cuando Sloane llega a la agencia Petterson Wyatt (en adelante, PW), que representa a la campaña Brady, parten de una estimación de cuarenta y cuatro senadores en apoyo del proyecto de ley, treinta y cuatro senadores en contra y veintidós indecisos; por tanto, el objetivo nada fácil es conseguir que de esos veintidós indecisos voten a favor dieciséis.


A lo largo de la película se insiste en los episodios de hipocresía administrativa. El relato arranca con el equipo de Sloane representando los intereses del gobierno de Indonesia; en concreto, buscando que se retire un proyecto de ley para aumentar los gravámenes sobre el aceite de palma —que Sloane rebautiza sarcásticamente como impuesto Nutella—. Una de las bazas que juega es sobornar al impulsor del proyecto, el senador Jacobs, con unas vacaciones tropicales para él y su familia en Indonesia. Por supuesto, el Comité de ética del Senado jamás autorizaría que la agencia de lobby Cole, Kravitz & Waterman (en adelante, CK&W) pagase semejante viaje, ni tampoco el gobierno indonesio. Pero hecha la ley hecha la trampa; a Sloane se le ocurre que sean los indonesios quienes financien la operación a través de alguna ONG tapadera y que justifiquen el gasto como un viaje didáctico en el que el senador visitaría supuestamente plantaciones de palma… desde la playa.

En otra operación relacionada con los impuestos comerciales, Sloane pretende retorcer la interpretación del concepto de galleta para que sea encuadrado en él un producto comercializado como Nubizcocho. El interés se explica porque los bizcochos se consideran artículos de lujo y por tanto se gravan con impuestos altos, mientras que las galletas se consideran artículos de primera necesidad y están exentas de impuestos. La trampa estriba en conseguir un informe pericial que acredite la mayor afinidad del producto en cuestión con las galletas que con los bizcochos, con los que sólo se emparentaría por estrategias de mercadotecnia. Todo se encuadra en sus principios de razón práctica: «If you don’t like, you change it.» [3]

La exposición más gráfica de cómo funciona en realidad la política y cuáles son los intereses que verdaderamente mueven a los cargos públicos sale de los labios de la protagonista, que nos sirve, en este punto, de cínico cicerone. En su llegada a PW, la primera reunión con su equipo la emplea en espabilar a los miembros más bisoños: los políticos no representan a los ciudadanos; se representan a sí mismos. Y el primer mandato de quien se representa a sí mismo es renovar su escaño. Como en una democracia representativa ese objetivo no puede cumplirse sin el voto popular, un análisis ingenuo llevaría a pensar que el político atiende en primer lugar a la opinión pública expresada por las encuestas. Error. Las encuestas congelan estados de emoción efímeros que, en porcentaje no desdeñable, apenas logran superar la pereza de inscribirse para la votación y guardar cola el día de los comicios. En la ficción que sustenta la película, los partidarios de las armas son minoría, pero están mucho más motivados; nunca faltan a su cita con las urnas, y eso lo saben los políticos. ¿Cuál es el índice más fiable? El dinero. Si un ciudadano se desprende de un dólar para apoyar económicamente cualquier iniciativa, es que va en serio respecto de ella; por eso el primer objetivo de un lobby es la movilización de las bases para conseguir donaciones a su causa. Como las ONGS que organizan las campañas —quien contrata los servicios de PW es la campaña Brady— están obligadas a publicar sus cuentas, los candidatos tienen un indicador mucho más fiable de cuál es la intención real de voto. Las respuestas a una encuesta de sondeo, firmas en manifiestos de apoyo y clics en las redes sociales representan un compromiso tenue; desprenderse de dinero, un compromiso serio. Esa es la diferencia. Y por eso pinta muy mal para los intereses que representa Sloane: por cada dólar de que dispone la campaña Brady, el lobby de las armas tiene treinta y ocho.

La sociedad que describe la película es fiel a la realidad que conocemos por lo que respecta a la omnipresencia de los medios de comunicación. Por supuesto que la mayoría de las salas de reunión de las dos compañías de lobby tienen pantallas de televisión para estar permanentemente informados del alcance de sus movimientos. Pero también los más humildes espacios públicos se conciben para hacer imposible la evasión. Esa sobre exposición al mensaje informativo hace que éste degenere en una versión circense que, por muy empobrecedora que sea, no está exenta de potencial para los diseñadores de campañas políticas. El votante es celoso guardián de la palabra expresada en público, y ése es el terreno de compromiso al que hay que arrastrar al candidato: forzarle a declarar su parecer sobre todo tipo de cuestiones y que la prensa levante acta.




Una de las primeras presas de Sloane será uno de los indecisos, el senador por Wisconsin, Wallace (Kevin Jubinville). Su estrategia es sencilla pero efectiva: asegurarse de que la prensa acuda a un congreso de médicos en que interviene el senador, infiltrar a un invitado y aprovechar el turno de palabra que se cede al auditorio para colar una pregunta inoportuna que obligue al político a tomar partido. Cuando su hombre de paja toma el micrófono y se sale del guion, los gestos de incomodidad del senador son evidentes; sabe que cualquier cosa que diga le compromete y que no habrá retractación sin coste.


La conciencia de los costes que implica faltar a la palabra dada la experimenta de modo mucho más tangible el senador por Michigan, Hank Badgley (Craig Eldridge). Este político es uno de los primeros que declara su apoyo al proyecto de ley; los sondeos le son favorables y se siente respaldado por sus electores; además su influencia en el Senado es grande y arrastra el voto de otros seis miembros. Cuando recibe en su casa al jefe de campaña de CK&W, Pat Connors (Michael Stuhlbarg), y éste escruta su parecer, el senador es la viva imagen de la seguridad en sí mismo. Sin embargo la visita no es tan amable como aparenta; Connors juega sucio: el hijo del senador aspira a hacer carrera política y se postula para su primer cargo público. Si el senador no cambia su voto, el lobby de las armas está dispuesto a apoyar económicamente la campaña de cualquiera que sea rival de su hijo. La amenaza no es sutil: si cambia de voto, no lo olvidarán; si no, tampoco. Cuando Sloane se entera de que este aval está en el aire, lo primero que pregunta es si tienen grabaciones en las que Badgley prometa su sufragio. Como las tienen, es lapidaria: habrá que recordárselo. El resultado del recordatorio se traducirá en un escrache contra el senador promovido por activistas a través de Twitter. Se juega sucio; nada es gratis. Badgley vuelve al redil reiterando su adhesión incondicional al proyecto de ley y atribuyéndolo todo a un malentendido.




Aunque el aspecto más siniestro para la democracia lo representa la colusión de los intereses económicos, el poder político y los medios de comunicación en detrimento de la ciudadanía. La prensa deja de ser un elemento de control ajeno al sistema para convertirse en un apéndice que fabrica opinión al dictado del poder con un fin manipulador. Cuando se hacen públicos los buenos datos de recaudación de la campaña Brady, el lobby de las armas pasa a la ofensiva a través de uno de los periódicos que controla. La periodista de The Sentinel que entrevista a Sloane, Pru Walsh (Alexandra Castillo), no disimula su desinterés por la opinión de ésta, y dedica todas sus preguntas a insistir machaconamente en un episodio escabroso que la puede comprometer; se ve que la reunión es una mera coartada para justificar un artículo que ya está redactado y en el que pone a Sloane como chupa de dómine.

El segundo punto en el que un lobby debe hacer palanca es la red de confianza del magistrado público. El sistema electoral estadounidense propicia un mayor grado de vínculo del representante con su circunscripción que el de España, donde todo se filtra a través de listas cerradas por los partidos respecto de las que el ciudadano sólo puede decidir la adhesión o el rechazo en bloque, siendo que además los partidos abrevan en los presupuestos generales del Estado. El partido político estadounidense semeja más un cedazo para desechar candidatos inidóneos o con pocas posibilidades que una auténtica maquinaria electoral; corresponde al candidato abastecerla de recursos. Comprometer éstos es comprometer las posibilidades de elección. Por eso Sloane sugiere a Schmidt que se ponga en contacto con dos de los principales donantes con que cuenta la agencia PW; no para que contribuyan con más dinero a la campaña Brady sino para que cierren el grifo a todos los senadores que no aprueben el Proyecto de Ley Heaton–Harris. Y por eso Sloane intenta presionar a los dos senadores indecisos de Virginia a través de una persona relevante de su Estado como Wendy Furniss, presidenta de Harwood Norton, que es la segunda empresa con más empleados en Virginia.

Los medios dispuestos para la consecución del fin están implícitamente incluidos en el parlamento que abre la película. Sloane prepara con su abogado, Daniel Posner (David Wilson Barnes), su comparecencia ante la comisión del Senado que investiga sus manejos, y ensaya una explicación bastante franca de aquello en que consiste su trabajo; tan franca que Posner le aconseja que no lo exprese así: «Lobbying is about foresight, about anticipating your opponent’s moves and devising countermeasures. The winner pots one step ahead of the opposition and plays her trump card just after they play theirs. It’s about making sure you surprise then, and they don’t surprise you.» [4] Muy bien pudiera tratarse de un párrafo extraído de El Príncipe, de Maquiavelo.

El fin es la victoria; Sloane es un ejemplo paradigmático de la cultura del ganador, de la fascinación fetichista por éxito. Es irrelevante que la propuesta a la que dedique sus afanes sea razonable o delirante; hay que defenderlas todas con los mismos medios porque por sí mismas no valen nada. Como la cultura del éxito deriva indefectiblemente en la defensa de causas execrables, ella salva la disonancia moral retorciendo el eslabón más débil del proceso cognitivo, que siempre es, por supuesto, la realidad; así se aferra a cualquier subterfugio que permita ennoblecer su partido. Ésta es la fórmula que le permite, según sus palabras, conciliar el sueño. Su jefe en la agencia CK&W, George Dupont (Sam Waterson), tiene una versión menos mistificada de ella: no necesita causas que le permitan dormir porque sencillamente no duerme; sino que permanece en vela maquinando la forma de ganar.

Cuando en los mentideros del Capitolio circula la noticia de que a Sloane no le hace gracia defender al lobby de las armas, el presidente de la agencia PW, Rodolfo Schmidt, intenta ficharla para la campaña Brady; el interpreta sus recelos como sintonía con el Proyecto de Ley Heaton–Harris. La aborda como si fuese un periodista a la caza de un titular con gancho sobre los lobbys y quienes trabajan en ellos. Sloane define su postura moral de modo confuso: «Conviction lobbyist need only believe in their ability to win». [5] En esta sentencia lapidaria el objetivo (ganar) sólo puede prosperar sobre la instrumentalización de la razón pura (la capacidad) y la extinción de la razón práctica (los principios); de ahí que Schmidt, apelando a lo que pueda quedar de humano bajo su coraza, reformule ese aforismo en la nota manuscrita que le entrega junto con la oferta por sus servicios: «A conviction lobbyist can’t only believe in her ability to win.» [6]




No se insinúa que el sistema emplee de entrada medios espurios para la consecución de un fin sino que éstos no se desechan de raíz. La primera regla es la preparación y el trabajo, la proscripción de la complacencia y el estudio minucioso de los casos. Cuando uno de los subordinados de Sloane no sabe responder a sus preguntas, ésta ilustra esta exigencia con un chiste que sirve, además, para acreditar su naturaleza descreída: un sacerdote toquetea repetidas veces la rodilla de una monja y ésta le advierte en cada una de ellas: “padre, acuérdese de Lucas 14, 10”. El cura se disculpa, alega la debilidad de la carne, y cuando llega a su celda consulta en una biblia esa cita evangélica: “amigo, ven más arriba y encontrarás la gloria”. Moraleja: hay que estudiar.

Por otra parte, Sloane no es del todo ajena a la formación de ideas políticas. Cuando su jefe en CK&W le impone el caso de las armas, ella alega una postura que se consolidó a raíz de los tiroteos, en algún lugar entre Columbine y Charleston, y que debe compatibilizar con sus principios generales a favor del libre comercio; es decir, tiene una ideología. Lo que ocurre es que su espíritu competitivo y su preparación impiden que esos principios emboten su cerebro. El desenlace es la promiscuidad. Intenta ganarse al feminismo para su causa, y por ello viaja a Massachusetts para visitar a Evelyn Sumner (Christine Baranski), por su ascendente sobre las asociaciones de mujeres. Cuando ésta le echa en cara su falta de compromiso de género, Sloane le espeta que no está interesada por las cuestiones de identidad; en cambio insta a Sumner a que analice los datos de mujeres que mueren por disparos a manos de sus parejas. En el fondo su planteamiento es racional: la causa concreta desplaza a la teórica y la instrumentaliza.

Lo mismo cabe decir de las creencias religiosas. Acude a Michigan para intentar que un sacerdote influyente interceda por el Proyecto Heaton–Harris ante el indeciso senador Hofland —segundo punto: explotar la red de confianza de los cargos públicos—. Cuando termina su entrevista con él, se acerca al retablo de la iglesia y finge un gesto de recogimiento espiritual para ganarse la confianza del prelado; devoción que es rápidamente contrarrestada cuando encara la salida del templo por un movimiento decidido del brazo en señal de victoria, como si acabase de anotar un punto de set en la final del US Open. Si es necesario, se finge.

La hostilidad del entorno laboral desnaturaliza la personalidad; la desconfianza empaña el trato humano, incluso dentro del propio equipo. Sloane conoce bien el perfil de quienes se dedican a su trabajo y no muestra nunca todas sus cartas. En el congreso de médicos al que acude el senador Wallace, el plan A pasa por filtrar en la lista de asistentes a una de sus colaboradoras en PW, Clara Thompson (Meghann Fahy), para que comprometa al senador preguntándole su punto de vista respecto del proyecto de ley. Cuando ve que entre los asistentes también hay peones de CK&W y que han omitido a Thompson en el turno de preguntas, pasa al plan B cuya existencia su equipo ignoraba por completo: Sloane había contratado a un actor para hacerse pasar por un miembro de la Sociedad de Neumología de los EEUU y que sea el quien pregunte. No sólo eso; evita dejar registro contable de sus emolumentos en PW pagando al actor de su bolsillo.

El hecho de que su plan A se desbarate es un indicio bastante razonable de que alguien de su equipo es un topo. En su caza es implacable: señala objetivos falsos y pone vigilancia a todos hasta dar con Cynthia Green (Lucy Owen). Cuando Thompson le pregunta por qué sospechó de Green, Sloane responde que no sospechó de ella, lo que equivale a decir que sospechó de todos.


Esos métodos fraudulentos de los que sabe cuidarse también los emplea llegado el caso. Cuando deja CK&W, invita a todos los miembros de su equipo a seguirla. Unos aceptan; otros no. Pero se cuida de dejar infiltrada a su mano derecha, Jane Molloy (Alison Pill), por si se ve en la necesidad de jugar una baza desesperada. No sólo eso; finge un enfrentamiento con ella para blindar el crédito de Molloy dentro de CK&W, ya que podría estar en entredicho después de dos años siendo su pupila favorita.


Y tampoco le hace ascos a los métodos de vigilancia y espionaje de legalidad más que discutible. El mundo de la política que se nos describe carece de la más elemental de las virtudes cívicas; el cohecho y el soborno conviven con métodos más expeditivos como el chantaje.


La lealtad personal se subordina a la causa, y si es menester, se sacrifica en gambito. Recién llegada a PW, Sloane repara en la competencia de Esme Manucharian (Gugu Mbatha–Raw), especializada en temas relacionados con las armas; no tarda en confraternizar con ella y sonsacarla. Efectivamente esa fijación temática es el resultado de una experiencia traumática en la adolescencia. Sloane valora el factor emocional de su testimonio como una baza potencial; sin embargo Manucharian es reacia al protagonismo. De modo lento pero inexorable, Sloane va aumentando la presencia de ésta ante los medios, hasta que en un debate en TV que la enfrenta (a Sloane) contra Pat Connors, finge un calentón para desviar las cámaras hacia Manucharian desvelando su pasado. Para ésta las consecuencias de asumir un papel principal en la campaña no son baladí: un fanático de las armas intentará asesinarla.






El submundo de los lobbys que dibuja la película es absolutamente deshumanizado, cruel y miserable; y aunque sus partícipes conocen las claves de cómo se toman las decisiones, funcionan las instituciones y a qué intereses económicos obedecen, son víctimas de formas de alienación no menos dramáticas que las del ciudadano ignorante. El entorno social aberrante genera unos costes psicológicos que se plasman de modo nítido en la protagonista, posiblemente agravados por su condición de mujer. Vive en una habitación de hotel —para hacer énfasis en las conspiraciones políticas, se trata del Watergate—, carece de amistades, su vida social se circunscribe al marco teatral del poder público y no se le conocen vínculos familiares. Su deseo sexual se disipa en relaciones por precio, y confiesa al prostituto, Forde (Jake Lacy), su desdén por todos aquellos lazos que frenen su carrera, entre ellos, matrimonio e hijos. Está tan desconectada de la más elemental naturalidad social que encarga a sus subalternos que diseñen plantillas de temas inanes de conversación para abordar con las personas a las que ha de tratar por motivos profesionales; lo que es indicativo de que para ella son simples presas.


Por si eso no fuese ya suficiente, el nivel de exigencia impide cualquier desconexión del trabajo, lo que termina pasando factura a la salud. Sloane es una mujer joven pero padece problemas crónicos de insomnio, se atiborra de pastillas para mantener el ritmo de unas jornadas extenuantes; sigue consulta médica por el teléfono y miente al doctor sobre sus hábitos. Parte del desenlace moralizante de la película no puede comprenderse sin la combinación de alienación y estrés laboral.


Todo el entorno del Capitolio es eminentemente masculino. En las agencias de lobby trabajan muchas mujeres y gozan de buena consideración profesional; algunas de ellas, como la protagonista, en un nivel ejecutivo. Pero los mandos superiores son varones y la inmensa mayoría de los políticos, también. De hecho parece que la progresión en el escalafón corporativo sólo puede conseguirse sobre la base de una cierta desnaturalización de género. Sloane es atractiva y su aspecto físico, sin estridencias, es muy femenino. Sin embargo, entre quienes la tratan, su consideración moral es ambigua. Cuando el equipo de PW pregunta por ella a quienes la acompañaron en su salida de CK&W, Ross (Ali Mukaddam) responde a la pregunta de si ella es la personificación de un cubito de hielo con una respuesta bien gráfica: «She pees standing up». [7] Y esa misma imagen es la que viene a la cabeza de la feminista Evelyn Sumner cuando se entrevista con ella: «The only thing you are missing is a dick». [8] Metáforas genitales aparte, la primacía masculina pisa un terreno ideológico que no es del todo firme, como lo demuestran las dudas que tiene el representante de la industria armamentística, Bill Sandford (Chuck Samatha), respecto de la forma de presentarse a Sloane, en su primera entrevista con ella; y todo por una anécdota tan irrelevante como la de haber oído que no es amiga de besos.


Y esa misma vacilación ideológica es la que explica que Sandford haya pensado en la necesidad de que una mujer dirija su campaña de lobby contra el Proyecto de Ley Heaton–Harris: su posición se ha desentendido de la mujer americana estándar y sin ella es imposible sostenerse a medio plazo. Su planteamiento, no obstante, es demencial. Pretende una versión de empoderamiento femenino por la vía de las armas de fuego, que supere la imagen de una mujer que llora ante el féretro de un hijo muerto en un tiroteo por la de una mujer que defiende a tiros a su familia; o por expresarlo con sus palabras: «God created humans and Samuel Colt made then equal». [9] Desde un punto de vista exclusivamente técnico la idea de Sandford no carece de sentido; no en vano las armas de fuego son el producto refinado de una revolución, la industrial, cuya principal consecuencia fue minorar el factor de la fuerza física como energía de transformación. Una mujer armada sólo por su cuerpo es estadísticamente vulnerable respecto de un hombre; una mujer armada con un fusil de asalto es potencialmente tan letal como pueda serlo un hombre con el mismo equipamiento: la fuerza para apretar el gatillo no es insalvable, y cuando el percutor golpea el fulminante las balas tienen la buena costumbre de no ser sexistas. Ahora bien, ese modo de razonar sólo puede sostenerse sobre una anomalía de base, la de aceptar que la sociedad no existe, bien porque estemos en un estado precivil hobbesiano, bien porque estemos en un estado poscivil apocalíptico. Como ambas hipótesis son escasamente congruentes con los hechos, queda claro que se trata de un argumento falaz al servicio de sus intereses comerciales. Y el embuste es tan evidente que incluso provoca la risa desdeñosa de una mujer tan poco sensible a la perspectiva de género como Sloane.

Cuando alcanzar la mayoría cualificada de senadores parece factible, los armamentistas mueven pieza a la desesperada. La agencia CK&W escudriña todos los casos que pasaron por las manos de Sloane, hasta dar con la instancia que presenta el gobierno de Indonesia a través su ONG tapadera, solicitando permiso parlamentario para que el senador Jacobs viaje al país y se informe de cómo se cultiva la palma y se produce su aceite. Pueden proceder contra Sloane porque es ella la que firma la instancia; lo que deja patente el carácter fraudulento de toda la operación. El siguiente paso es sobornar al senador Ron M. Sperling (John Lithgow) para que promueva la apertura de una comisión de investigación.




El desarrollo de la comisión deja a la luz los niveles de ensañamiento que puede alcanzar el poder —incluso el que se legitima democráticamente— cuando sus colmillos han prendido carne. El objetivo no es el esclarecimiento de los hechos y las mejoras reglamentarias que sean menester para evitar su repetición, sino la destrucción personal del investigado como medio para el descrédito de su partido; así se traen a colación sus tratamientos médicos, vida sexual, etc.

En realidad, Sloane firma la instancia adrede y es su topo, Jane Molloy, quien la encuentra. La jugada desesperada de CK&W) es contrarrestada por otra jugada desesperada de Sloane, una suerte de red de seguridad suicida. De seguridad, porque el objetivo último es desacreditar a quienes la hostigan, permitiendo que PW, la campaña Brady y el Proyecto de Ley Heaton–Harris queden indemnes; pero suicida porque implica su inmolación profesional y personal: ella termina en prisión. Lo que nos devuelve al punto más espinoso: ¿Sloane es un personaje moral o inmoral?

Aumentar los controles en el comercio de armas es un progreso social indudable; sin embargo, Sloane recurre a métodos inmorales, quizás porque no pueden ser morales si quieren ser efectivos. La opinión que tiende de ella su abogado, Daniel Posner, no la deja en buen lugar; es la imagen de todo lo que abomina, un baldón para la reputación de la que él considera única agencia de lobby con ética en todo el Capitolio. Opinión que sirve para explicar la que Sloane tiene de PW, y que puede resumirse en que no le extraña nada que siempre pierdan. ¿Por qué se sacrifica entonces? Una interpretación bienintencionada sería que asume un valor superior que lo justifica. No lo creo. A falta de más datos la explicación correcta suele ser la más sencilla; y la película no se cansa de caracterizarnos a un personaje ganador. Sloane llega a un punto en que la derrota es más amarga que la continuidad profesional, que además está en entredicho por puro agotamiento. Necesita una victoria que esté a la altura de su talento; si se acompaña por un efecto catártico —colectivo e individual—, mejor.




El mensaje subyacente refleja una cierta moral conservadora —o progresista naíf, que viene a ser lo mismo—. La ambición personal es considerada con hostilidad, y parece penalizarse con más rigor fuera del que se concibe como su entorno natural, es decir, el masculino. No sólo Sloane vive un género ambiguo. Cuando Molloy presenta su dimisión en CK&W, declara que está más interesada en el mundo académico que en la política y los negocios, que es tanto como decir que no está cómoda en un mundo de hombres y que le gusta la vida más tranquila. El cierre tiene también un punto nihilista que abunda en el conservadurismo. Sloane sale de la cárcel y está sola. Presenta un semblante perdido; quizás un punto de duda respecto del sentido de sus actos. Parece un personaje arrollado por el torbellino de la actualidad. La omnipresencia de lo mediático ha generado, paradójicamente, una sociedad desinformada, irreflexiva, que devora con avidez actualidad pero no la digiere ni procesa, y que es a la postre la mejor garantía de continuidad de todos los vicios que lastran el sistema. La catarsis colectiva no se vislumbra.
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[1] Cartel promocional, de www.filmaffinity.com.
Fotogramas, de El caso Sloane, ICAA. 190816, Depósito legal M–19105–2017.
[2] Los porcentajes coinciden más o menos con los que el artículo 167 de la CE establece para su reforma sencilla.
[3] Si algo no te gusta, lo cambias.
[4] La clave del lobby es la previsión; hay que anticiparse a los movimientos del contrario e idear el contraataque. Quien gana va un paso por delante de sus rivales y juega su baza justo después de que ellos jueguen la suya. Hay que asegurarse de que les sorprendes y de que ellos a ti no.
[5] Los lobistas de principios necesitan creer exclusivamente en su capacidad para ganar.
[6] Un lobista de principios no puede creer exclusivamente en su capacidad para ganar.
[7] Ella mea de pie.
[8] Lo único que te falta es una polla.
[9] Dios creó a los seres humanos y Samuel Colt los hizo iguales.

1 comentario:

  1. Muy buen análisis, la película me pareció única en su género, súper realista, con la capacidad de enfrentar posturas y hacer pensar a cualquiera.

    A veces la necesidad de juzgar a otros no nos deja ver con claridad lo que hay detrás de todo, claro está que la película deja vacíos en cuánto a sloane, pues se demuestra cuando dice que el mentir es una habilidad adquirida, que tuvo que desarrollar y que con gusto la hubiese cambiado por una vida normal, esto me deja muy intrigada en cuanto a su vida... aplausos para ésta excelente actriz y su interpretación...

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