lunes, 11 de enero de 2016

I. A PROPÓSITO DE LA ISLA MÍNIMA

[1]

Por Carlos Romero [2]

Paraje
duro y hostil,
bello.
La marisma es el territorio
                                        —mi territorio—
anegado con las lluvias
de tanto silencio como percibo
ahora que te sé ahí;
que se resquebraja con la sequía
claustrofóbica
que queda,
ahora que sé que no estás
                                        aquí
en esta isla mínima.
——————————
[1] Fotografía, de www.shorpy.com.
[2] Un inesperado reencuentro con un antiguo y buen amigo, de esos que aguantan incólumes y pacientes el paso de los años, de las circunstancias y los acontecimientos de nuestras respectivas vidas, me proporciona la oportunidad de hacer una original glosa de mi croniquilla de La isla mínima.
En realidad no soy yo quien, inspirada en ese grato momento del reconocimiento mutuo después de años cuyo recuento exacto me resisto a hacer, hago la glosa; sino él mismo que, sin duda por lo pesados que resultamos quienes nos ganamos la vida escribiendo —ciertamente, sobre cosas mucho más prosaicas y tediosas—, e incomprensiblemente renuente o perezoso a completar la lectura de mi post, tuvo el ingenio de salir elegantemente por la tangente y escribir este poema.
Me resulta, en fin, una bonita forma de entrar no sé si en una variante poco usual de interlocución virtual, desde luego no a propósito de la película, o más bien en una especie de reto juguetón; un ejercicio de ingenio para el que, también sin la menor duda, él está mucho mejor dotado que yo.

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