lunes, 30 de noviembre de 2015

I. ESTUPOR Y TEMBLORES. AMÉLIE NOTHOMB


Abrimos con este título un breve ciclo dedicado a una autora cuya narrativa está marcada por la excentricidad y el tormento emocional. Las tres historias —Estupor y temblores, Diario de golondrina y Una forma de vida— comparten brevedad y argumento tejido en torno a un personaje principal inadaptado; puede decirse sin forzar excesivamente los términos que constituyen crónicas de inadaptación. Aunque las causas que explican el extrañamiento social de los protagonistas, la intensidad con que lo sufren y las reacciones que provoca son diferentes, el nexo común es evidente.

ESTUPOR Y TEMBLORES se narra en estilo autobiográfico. La acción discurre casi exclusivamente en el entorno laboral. Amélie Nothomb comienza a trabajar en una compañía multinacional japonesa, la corporación Yumimoto, y desde un primer momento tropieza con los usos corporativos de la empresa. En cierto sentido la inadaptación que padece es el resultado de una descoordinación cultural. Recibe encargos aparentemente sencillos como redactar una carta dirigida a un directivo de una compañía cliente para concertar un partido de golf o hacer fotocopias de documentos, pero nunca los realiza a satisfacción del comitente y sin que queden claros los motivos de la inconformidad; llegándose al absurdo de que se le prohíba hablar japonés al dirigirse a los visitantes de otras compañías para no incomodarlos. El único soporte mínimamente firme con que cuenta para sobrellevar una situación que se vuelve día a día más kafkiana es el que le brinda su superiora inmediata, la señorita Mori Fubuki, con la que guarda, dentro de los estándares nipones, una relación cordial, y de la que admira su capacidad y belleza, en la frontera de la idolatría.

El colmo del absurdo es que lo que provoca el definitivo fracaso de la protagonista y su descenso al infierno laboral sea un encargo bien ejecutado. Un mando de la sección de exportaciones, el señor Tenshi, en atención a su nacionalidad, le encarga un informe sobre la acogida que podría tener en Bélgica un producto de los que elabora la compañía. Nothomb se afana en estudios de mercado, hábitos de consumo, productos similares de empresas competidoras, tipos de cambio, peculiaridades legales del país de destino, etc., presentando en tiempo récord un informe muy detallado. En contra de lo que podría pensarse, la existencia del documento desencadena una crisis, en la que ella es degradada y el señor Tenshi seriamente reconvenido por saltarse la cadena de mando de la empresa. La sorpresa se acentúa cuando se entera de que la denuncia por la violación de los protocolos corporativos partió de su admirada señorita Fubuki, temerosa de que una extrajera lograse en unos pocos días una promoción que a ella le llevó años. A partir de ese momento su jefa sólo le encargará labores que parecen deliberadamente pensadas para que las haga mal, cada vez más maquinales, cada vez más burocráticas, cada vez más encontradas con las habilidades que la protagonista ha demostrado; en una cadena de fracasos que la llevará a un puesto de nueva creación que el retorcimiento de la señorita Fubuki idea para ella, reponer el papel higiénico en los lavabos masculinos de su planta, sin que ni siquiera en eso parezca estar a la altura de lo que se espera de ella.

Cuando por fin expira su contrato y lo denuncia con la antelación legal, se ve arrastrada a la delirante situación de presentar la misma dimisión en cada uno de los escalones de mando de la compañía hasta llegar al presidente. Lo curioso es que cuando llega ante éste y repite el mismo parlamento en que comunica su renuncia, lamenta no haber estado a la altura de las expectativas que la compañía había depositado en ella al contratarla, y exculpa a ésta de toda responsabilidad, el presidente le dice que es una mujer muy capaz, y que simplemente ha tenido mala suerte, fundando su creencia sobre la capacidad de la dimisionaria en la calidad del informe para las exportaciones a Bélgica cuya existencia conocía.

En resumen, la compañía desarrolla un alma burocrática propia que se impone al quehacer de los individuos y del que no consiguen librarse ni las más altas instancias de poder. Su asignación de recursos es absolutamente ineficiente: no aplica el trabajo de sus empleados a aquellas funciones más acordes con su capacidad, la promoción depende más de la antigüedad que de la valía, y la iniciativa individual está mal vista: el señor Tenshi es amonestado porque actúa al margen de los protocolos burocráticos, pese a tomar una decisión racional que culmina en un trabajo útil y bien ejecutado. Lo paradójico es que a pesar de su rigidez para lo accesorio, el sistema es vulnerable al capricho individual del directivo: uno de los superiores que la gobiernan al empezar en la compañía vive obsesionado por el calibrado de márgenes en los textos, y le ordena repetir decenas de veces las mismas fotocopias porque las considera descentradas por milímetros, con el despilfarro de recursos que eso implica; cuando Nothomb es apartada de aquella labor para la que demuestra estar más capacitada y fracasa en las tareas alternativas que se le ordenan, no es devuelta a la primera función o despedida por incompetente, sino que es reasignada a un puesto de nueva creación perfectamente inútil con el único objeto de satisfacer el placer sádico de la señorita Fubuki.

Las relaciones dentro de la empresa están completamente condicionadas por la relación de jerarquía: lo que queda por debajo no existe, lo que queda por encima infunde pavor. Los jefes son, las más de las veces, inflexibles, atrabiliarios, y lo que esperan de los subordinados es la sumisión absoluta: cuando alguien es reprendido, no cabe más reacción que renunciar a toda defensa y agachar la cabeza. El único personaje que parece dotado de cierta humanidad es el señor Tenshi: cuando se entera de que Nothomb ha sido degradada a reponer papel higiénico, deja de frecuentar los servicios de esa planta y va a los de la inferior; no sólo eso, convence a sus compañeros de sección para hacer lo mismo en señal de protesta por lo que considera un trato injusto y vejatorio.

Todo este complejo sádico se agrava respecto de la protagonista, que padece además las consecuencias del racismo nipón. El uso de la compañía respecto de los extranjeros es que no se dirijan en japonés a los clientes, lo que resulta del todo desconcertante. Al margen de ser el fetiche cultural de todo nacionalista que se precie, una lengua es fundamentalmente un instrumento de comunicación; parecería lógico, máxime tratándose de relaciones comerciales, que todo el mundo supiese qué lenguas habla quien entabla relación con él, para optar por aquélla que mejor dominan ambas partes, y sobre todo, para no decir inconveniencias creyéndose protegido por la ignorancia del otro. Sin embargo, la empresa de Nothomb prefiere sacrificar estas elementales cuestiones prácticas en el ara del gaijin corto que no sabe hablar japonés. Por otra parte, una vez abortado el informe y devuelta a las sevicias de la señorita Fubuki, la idea de la superioridad nipona flotará permanentemente en su relación: en una ocasión en que la pifia de Nothomb es mayor de lo habitual, ésta esgrimirá la inferioridad étnica como justificación. Su jefa rechaza la excusa, no porque la crea infundada, sino porque no cree que su subordinada sea más incompetente que el común de los occidentales, a los que sí cree capaces de hacer el trabajo encargado; lo que constituye una forma elegante de validar el principio subyacente.

Esa gelidez y esquematismo trascienden los límites de la empresa. La señorita Fubuki vive doblemente frustrada por una soltería que se demora más allá del límite que se considera socialmente pertinente, con la circunstancia agravante de saber que lo que se espera de una mujer casada, con independencia de la cualificación profesional, es el abandono de su carrera profesional y la consagración a tareas domésticas. Esa frustración encuentra su válvula de escape descargándose en forma de rabia sobre la protagonista, que privada de un inferior en que desahogarse, se disipará en fantasías escapistas inofensivas que se harán más frecuentes a medida que sus condiciones de trabajo se degradan: pasará largos ratos mirando por las ventanas imaginándose que cae y vuela sobre los tejados de una ciudad, que es la gran ausente de la historia: no sabemos nada de lo que hacen los protagonistas fuera de las paredes de la Yumimoto.

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