martes, 25 de octubre de 2016

XXIX. VIENTO DE CEDRO

SONETO X

Cae en sordina el poso de la farra,
ronquera de cristal y algarabía
fundida con un grito que desgarra
el vientre de la noche más sombría.

Languidece en mis manos una jarra,
un rescoldo de orín, casi vacía;
yesca de sed que sin juicio desbarra
y en silencio desvela su falsía.

La soledad florece con su fobia
en un vivero de humo sin sentido
del que emerge un reflejo que me agobia.

El fallo de un espejo envilecido,
un rodar con el vacío por novia,
un ser desembocado… un haber sido.

domingo, 16 de octubre de 2016

XXVIII. VIENTO DE CEDRO

Mentían los padres de la patria.
No ventilaba sus cuentas la libertad
entre mapas militares destazados
por las orugas de los tanques,
cartas náuticas batidas
en pos del dividendo,
ni constituciones vendidas al peso
por sesudos exégetas.

Pendía su fortuna de otra épica
desterrada de los bronces:
que el dedo índice
no abandonara el calor del puño
para proyectar su sombra acusadora,
que la rigidez del brazo
previniese el codazo cómplice
que excita una sonrisa torva,
que el defecto de saliva
aplacase la lengua insidiosa
presta al cuchicheo...

Tierra de nadie entre alambres
y miserias cotidianas,
donde el único camino
es la estela de los justos.

viernes, 7 de octubre de 2016

VII. EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE (I)

[1]

TÍTULO ORIGINAL: THE MAN WHO SHOT LIBERTY VALANCE.
AÑO: 1962.
DIRECCIÓN: JOHN FORD.
GUIÓN: JAMES WARNER BELLAH, WILLIS GOLDBECK (SOBRE UNA HISTORIA DE DOROTHY M. JOHNSON).
REPARTO: JOHN WAYNE, JAMES STEWART, LEE MARVIN, VERA MILES, EDMOND O’BRIEN, ANDY DEVINE, KEN MURRAY, WOODY STRODE, JEANETTE NOLAN, JOHN QUALEN, LEE VAN CLEEF, JOHN CARRADINE, DENVER PYLE, WILLIS BOUCHEY, CARLETON YOUNG, STROTHER MARTIN.

Then came the churches, then came the schools
Then came the lawyers, then came the rules
Then came the trains and the trucks with their loads
And the dirty old track was the telegraph road

Telegraph Road
, Mark Knopfler.
Dire Straits, Love Over Gold, Vertigo, 1982.

La acción discurre en Shinbone, un pueblo del Oeste al que acuden el senador Ramsom Stoddard (James Steward) y su mujer Hallie (Vera Miles) para asistir al velatorio de un antiguo amigo a quien casi nadie de los vecinos recuerda. Esto despierta la curiosidad de la prensa local, que pide explicaciones al senador acerca de los verdaderos motivos que le han llevado hasta allí y da pie a que éste cuente la historia del pueblo, cómo se formó el Estado y qué papel desempeñó cada uno en todo ello. El paisaje que pinta poco tiene que ver con el presente: lomas semidesérticas y páramos áridos donde la ley se asienta en la velocidad con que se desenfunda el revólver. A ese Oeste salvaje llega un joven Ramsom Stoddard con la idea peregrina de ganarse la vida como abogado. La diligencia en que viaja sufre el asalto de la banda de forajidos que dirige Liberty Valance (Lee Marvin) y Stoddard se encara con ellos amenazándolos con las consecuencias legales de sus actos; en represalia, lo azotan brutalmente. Tom Doniphon (John Wayne) —el hombre cuyo cadáver están velando— lo recoge malherido del desierto y lleva hasta el pueblo para que lo atiendan.


A partir de este punto la película desarrolla dos frentes: uno primero de carácter personal y vital, en que está en juego la felicidad, y que enfrenta a Stoddard con Doniphon; y un segundo frente económico, político y moral, en el que la vida pende de un hilo, y que lo opone a Valance. De ambos choques resulta vencedor Stoddard, que conquista el amor de Hallie en detrimento de Doniphon, y que mata en duelo a Valance, lo que le vale el reconocimiento de la ciudadanía y catapulta a una exitosa carrera política. O al menos ésa es la versión popular que —para el momento en que Stoddard relata los hechos— ya se ha hecho legendaria, porque la realidad difiere: Stoddard sí se enfrenta a Valance, pero quien acierta con su bala es Doniphon, que le dispara desde un callejón oscuro que da a la calle en que se están batiendo. El editor del periódico, Maxwell Scott (Carleton Young), terminará rompiendo las notas de la entrevista y alineándose con la versión oficiosa porque no quiere privar al pueblo de sus mitos.


Pese al esquematismo un tanto grosero del resumen, la película aborda con éxito aspectos tan relevantes de la sociedad como la proscripción de la violencia, el imperio de la ley, la educación, el comercio, los choques de intereses entre las diferentes actividades económicas, la fama, el nacimiento de las instituciones públicas, la libertad de prensa, la democracia; y todo ello sin apartar la vista de los individuos; el amor, la lealtad; pasiones y anhelos que el desarrollo de la Historia compromete. Si tuviese que ceñirme a un único aspecto diría que es una película sobre el progreso; y es que acierta el senador Stoddard cuando le comenta al editor del Shinbone Star que sólo conoce el pueblo desde que llega el tren, porque antes todo era… «A lot different then; a lot different, Mr. Scott, a lot different».


En el presente el tren llega con puntualidad y se va atravesando campos de pastos y fincas cercadas donde mano del hombre es ubicua; frente a esto, la diligencia dejaba a su paso tan sólo una estela de polvo en terreno baldío. El senador y su esposa se enteran de la muerte de Doniphon porque el antiguo alguacil del pueblo, Link Appleyard (Andy Devine), manda un telegrama que les reenvían a St. Louis; y es también por telegrama que avisan a Junction City para que el tren que sale de allí aguarde al senador y puedan hacer el trasbordo que les lleve a Washington; si se cumplen los cálculos del revisor, a veinticinco millas por hora, tardarán dos días y dos noches. Hallie también celebra que en el pueblo hayan construido escuela e iglesia. En la misma estación de Shinbone hay un teléfono, y desde él, el joven reportero que está de plantón a la caza de alguna noticia fresca avisa a la redacción de la llegada de tan ilustre personaje. Cuando menos, ese territorio de Medio Oeste en que se enclava la acción —Kansas, Missouri, Arkansas— dispone de ferrocarril, telégrafo y teléfono para garantizar sus comunicaciones y la villa cuenta con unos mínimos servicios públicos. Pueden parecer infraestructuras modestas; pero debe tenerse en cuenta que nada de ello existía pocos años antes, y que todo se ha ganado en el corto período de la vida de un hombre. Es pues una comunidad que encara con optimismo su revolución industrial, y que se traduce en personajes seguros de sí mismos como el senador.


Pero no se trata tan sólo del progreso material; acompañándolo va el progreso cívico. Cuando Stoddard y Hallie se bajan del tren, las personas que les salen al paso son de maneras educadas; los coches y las calesas han desplazado a las monturas, y nadie lleva cinturones con pistolera, cartucheras ni revólveres. De hecho, cuando llegan al taller del carpintero que hace las veces de enterrador y destapan el ataúd, el senador protesta porque Doniphon está sin cinto ni arma, a lo que le responden que hace muchos años que no gastaba tal cosa. En suma, se ha cumplido la visión de Dutton Peabody (Edmond O’Brien), fundador del periódico local, el Shinbone Star, que resumía la historia del Oeste pasando de las praderas de búfalos dominadas por el tomahawk y las flechas de los indios, a los ranchos de los ganaderos gobernados por el gatillo rápido, para anticipar un futuro próximo de hombres libres que vivirían en un orden garantizado por la ley.


Los tiempos previos al tren y la ley son los propios de una sociedad que no ha dado todavía el salto a constituir instituciones políticas estables pero donde hay un germen de comunidad. Hay violencia física e impera la ley del revólver más rápido, sí; pero también hay una asamblea de vecinos que se ha tomado la molestia de contratar a un alguacil para guardar el orden. Su problema es el general de la contratación pública, y es que difícilmente podrían haber encomendado esa misión a un hombre peor dotado para la autoridad que el zampabollos de Link Appleyard, que se pasa toda la película escondiéndose de Liberty Valance y alegando excusas legales mocosuena para no proceder contra él; sólo cuando cae abatido y Doniphon pone fuera de combate a sus compinches se animará a sacar pecho en el bar. Nora Ericson (Jeanette Nolan) no dejará pasar la oportunidad de afearle su dejación de funciones; para ella es un caradura que se presentó al cargo porque lo consideraba una sinecura en la que podría hacerse con un sueldo fijo sin tener que exponer lo más mínimo. También existen leyes en el territorio de Arkansas; así entre plato y plato que limpia en la cocina, Stoddard lee los códigos locales hasta que encuentra el precepto que da jurisdicción al alguacil para detener a Valance por el asalto a la diligencia. Por tanto, la traba no está en la ausencia de ley formal o en la inexistencia física de sus valedores; sino en la efectividad que tienen las instituciones públicas para garantizar el monopolio de la violencia. Esto es la causa de que la gente ande armada y de que el recurso a la autotutela sea general por mucho que a Stoddard, educado en un ambiente más civilizado, le indigne esa propensión al gatillo fácil; cuando Valance lo amenace expresamente, encontrará ocasión para acomodarse a las costumbres locales, hacerse con un revólver y practicar puntería.


Tampoco la naturaleza dispensa al hombre un trato amable; antes al contrario es de gran hostilidad. Esa adversidad general curte a los hombres, que se hacen duros; pero al mismo tiempo despierta una red de solidaridad auténtica y espontánea. Así cuando Stoddard es agredido y abandonado en medio de la nada, Doniphon lo rescata y conduce hasta la casa de comidas de los Ericson; allí lo atienden, le limpian las heridas y llaman al médico. Al recuperar la conciencia se ve maltrecho y sin blanca; pero Doniphon les dice a los Ericson que carguen en su cuenta todo gasto que genere mientras no se pueda valer; rudeza y solidaridad, confianza y crédito. Y es que la película flota sobre una corriente de pujanza económica y optimismo, sobre la idea de que el trabajo del hombre puede domar la naturaleza y aprovechar lo mejor de ella. Vemos diligencias llenas de pasajeros, como la que asalta la banda de Valance logrando un botín no desdeñable; rancheros que amplían la casa, como Doniphon, que paga el jornal de una cuadrilla de carpinteros para sacar el tajo adelante; periódicos recién fundados que están en pañales, como el Shinbone Star, pero que son impensables sin una sociedad que genere excedentes económicos; vemos negocios prósperos, cantinas y cafés concierto con parroquia abundante y mesas de juego donde ruedan las monedas; y sobre todo, nos pasamos la película metidos en la cocina de un restaurante que funciona y de qué manera. Los sábados el comedor está atestado de clientes y Hallie apenas se vale para atender las mesas, al punto de que el dueño, Peter Ericson (John Qualen), le pide a Stoddard que deje de lavar platos y eche una mano sirviendo, cosa que su esposa toma como un encargo exótico por ser cosa de mujeres. El trabajo en la cocina es frenético y las raciones que se sirven son generosas, como corresponde a una clientela de ámbito rural con trabajos físicos muy exigentes. El plato más demandado es una fuente que contiene un bistec grande con guarnición de patatas, guisantes y piña. La presencia en el plato de una legumbre de huerta y una fruta tropical, que difícilmente se van a lograr en el desierto, apunta a la existencia de una red logística eficaz. Rudeza y solidaridad, confianza y crédito… y morosidad: pocas veces el espectador tiene a la vista la cuenta de un cliente gorrón y remiso al pago, como la que cuelga en la cocina de los Ericson a cargo del alguacil Appleyard y en la que Nora apunta bistecs con saña y de mala gana.


Por otra parte la red de servicios básicos es muy precaria. La atención médica depende de la contratación privada y se presta en condiciones muy poco profesionales por el doctor Willoughby (Ken Murray), que prefiere esperar a sus posibles clientes en el bar en lugar de hacerlo en una consulta más canónica, y que aparece medio borracho siempre que se presentan urgencias. Así ocurre cuando agreden a Stoddard y a su compañero de farra favorito, el Sr. Peabody; y cuando Valance yace tumbado tras el duelo con Stoddard, su desparpajo alcanza el clímax: aparta la nube de curiosos, reclama una botella de güisqui, le pega un tiento más que considerable, voltea el cuerpo del herido con la punta de su bota y declara el fallecimiento sin siquiera agacharse; bien es cierto que había discutido hacía un momento con el matón, advirtiéndole de que tarde o temprano llegaría el día en que el «accidente» lo sufriría él en sus carnes. Y digo que depende de la contratación privada, porque en esa misma escena, Valance, desde la mesa de póquer, le arroja socarrón unas cuantas monedas en concepto de adelanto para el día en que el «accidentado» sea él.


En esa época de pioneros tampoco hay escuela; y no porque no haya niños, que hay bastantes y nacen más —una de las noticias que Stoddard lleva a la redacción del periódico para cubrir la crónica social es el alumbramiento de un niño— sino porque la sociedad no ha llegado al punto en que la educación se considere un servicio básico y esté dispuesta a invertir recursos en ella. Así cuando Stoddard tiene las manos mojadas en el barreño de limpiar platos y le pide a Hallie que sujete el libro y lea el pasaje que le interesa, descubre que no sabe leer; pero Nora Ericson contesta que no es tan importante, y que será muy buena esposa para quien se case con ella; la misma Hallie tiene una reacción de orgullo herido en que minusvalora el conocimiento: Stoddard es un hombre instruido y está relegado a limpiar platos. No obstante, ellas dos estarán en el heterogéneo grupo de alumnos de primeras letras con que cuente Stoddard cuando avíe un aula en el Shinbone Star. Las ideas nuevas se abren paso no sin vencer reticencias. Otro de los pupilos de Stoddard acude a las lecciones porque el patrón de su rancho quiere que al menos uno de su cuadrilla sepa leer; hasta aquí nada que sorprenda. Lo sorprendente es que está allí no por ganar la apuesta entre sus compañeros sino por perderla. El programa de estudios que sigue Stoddard compendia saberes de lo más diverso; salta del aprendizaje de la lectura a los principios del constitucionalismo americano, sin apartarse de los problemas cotidianos con que se topan sus alumnos, en este caso, la pugna de intereses entre granjeros y ganaderos. En suma, pone los modestos medios de que dispone al servicio del ideal ilustrado de formación integral del ciudadano; todo ello queda perfectamente resumido en la sentencia que luce escrita con tiza en el encerado: «La educación es el fundamento de la ley y el orden».


ENLACE A LA SEGUNDA PARTE
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[1] Cartel promocional, de www.filmaffinity.com.
Fotogramas, de El hombre que mató a Liberty Valance, ICAA. 58209, Depósito legal M–37564–2001.